El Señor siempre te invita para que entres a disfrutar de las riquezas que te ofrece. Te llega repetidas veces, pero quiere y respeta tu libertad y tus deseos de estar sentado a su mesa. Piensa a través de la lectura de la parábola presente que los invitados que no necesitan nada, que le ponen excusas continuamente no son los elegidos para su mesa. Los deseados son los que responden humildemente a su invitación.
No pongas excusas a las invitaciones que Jesús te da. No te entregues a los buenos materiales y desprecies las riquezas de la mesa del Señor. Piensa en tus justificaciones y excusas falsas: ¿qué tropiezos le pones al Señor para estar con él? Acepta con agrado, pero con verdadera necesitad, las invitaciones que Jesús te oferta cada día y siéntate a la mesa con él.
Hoy no dudes en sentarte a su mesa y participar de su banquete: No quiero, Señor, entregarme a los bienes de la mesa de la tierra. Deseo ardientemente sentarme a tu mesa. Dame el sentirme pobre, carente de todo lo que me hace feliz, y que oiga la invitación en mi corazón que tú me haces: «Venid, que está preparado». Seré feliz llenándome de ti. Ayúdame, Señor.
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