Para poder celebrar a un Dios cercano y
familiar, el mismo Jesús, quiso que recordáramos su acontecimiento pascual a
través de una actividad cotidiana y necesaria como es el comer. Todos los días
y varias veces al día, nos sentamos a la mesa y comemos. Pues la Eucaristía,
fue fundada, instituida en torno a una mesa. La Misa es una comida que se
comparte.
La Palabra Misa, se parece mucho a la palabra
Mesa. Y es precisamente alrededor de una Mesa que nosotros celebramos la
Eucaristía; la Misa. Pero no es una mesa. Son dos mesas. Porque Jesús nos da
como alimento su Palabra, su Cuerpo y Sangre.
La mesa de
la Palabra: allí, se sirve la Palabra de Dios y el mismo Cristo nos proclama
su Evangelio y nos lo explica para que alimentemos nuestra vida espiritual,
nuestras relaciones familiares y sociales. Esta mesa nos prepara para que demos
razón de nuestra fe. Cada día del año, se proclama una porción de la santa
palabra de Dios, y el mensaje que de ella recibimos es también diferente y
actual. Así que es falso lo que algunas personas nos dicen, “que la Misa es la
repetición de la repetidera”. Falso. La Palabra de Dios es pan fresco cada día.
La mesa de
la Eucaristía: Jesús instituyó la Eucaristía, el sacramento del amor, alrededor
de la mesa, junto con sus discípulos. Jesús nos dice que el pan y el vino son
su cuerpo y su sangre y que cada vez que lo consumamos, estamos comiendo su
Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad; a Jesucristo total.
A la mesa nos acercamos cuando tenemos
hambre. Allí nos reunimos para compartir con nuestros familiares y amigos. En la
mesa somos hermanos todos. En la mesa dialogamos y compartimos nuestras
alegrías y dificultades. Alrededor de la mesa compartimos tiempo valioso,
compartimos vida, intercambiamos sentimientos. Hoy día, tristemente, el
comedor, la mesa, ya no es un lugar importante de nuestros hogares; cada quien
come cuando quiere o puede, donde quiere y como quiere: en la habitación,
frente al televisor o con el celular en la mano. Nuestra comunicación se
limita, nuestro individualismo se hace cada vez más evidente.
Para aprovechar de la mejor manera y
recuperar el sentido de la Misa y de sentarnos en torno a la mesa del Señor,
tengamos en cuenta tres consejos:
a.
Tener hambre, sentir hambre. No nos acercamos a la mesa si no
tenemos hambre.
b. Disponernos para alimentarnos. Escuchar la Palabra con atención y
estar preparados para comulgar. Esto implica estar reconciliados con Dios; si
no lo estamos, acerquémonos al Sacramento de la Penitencia.
c. Ser puntual. En la Eucaristía participamos de principio a fin. Lleguemos
por lo menos cinco minutos antes y no salgamos hasta que el Sacerdote nos
despida con el “pueden ir en paz”.
¿Estamos aprovechando nuestra celebración eucarística?
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