viernes, 29 de mayo de 2020

Novena al Espíritu Santo Día 8



+ En el nombre del Padre…


1. Oración Inicial


Oh Dios de infinita bondad que nos has revelado en tu Hijo Jesucristo tus designios de amor, te rogamos que envíes sobre este pueblo tuyo, congregado en la fe, la fuerza y la alegría del Espíritu Santo.

Que, en estos tiempos difíciles, el fuego del Espíritu encienda en el corazón de la Iglesia la llama de la esperanza.

Que en esta hora en la que la humanidad siente tan cerca la fuerza del dolor, tu Espíritu Santo nos reavive y nos ilumine.

Que en estos tiempos en los que muchos han perdido la esperanza, tu Espíritu nos reconstruya, nos renueve, nos haga santos.

Que en estos días en los que, con María, queremos imitar la Iglesia de los Apóstoles que perseveraba en la oración, tu pueblo reavive la alegría de ser familia, renueve la comunión que nos hace hermanos.

Que tu Iglesia renovada con los dones del Espíritu, avance por senderos de esperanza, camine con decisión animando el corazón de los que lloran, sane las heridas de los que sufren, restaure la confianza a los decaídos, avive la fe de los que dudan.

Envíanos, Dios fiel, el Espíritu Santo, alma de la Iglesia, arquitecto de la esperanza, fuente inagotable de vida y de alegría. Amén.


2. Consideración del día Octavo


De la Catequesis sobre el Credo del Papa San Juan Pablo II

DON DE TEMOR DE DIOS

La Sagrada Escritura afirma que "Principio del saber, es el temor de Yahveh" (Sal 110/111, 10; Pr 1, 7). ¿Pero de que temor se trata? No ciertamente de ese «miedo de Dios» que impulsa a evitar pensar o acordarse de Él, como de algo que turba e inquieta. Ese fue el estado de ánimo que, según la Biblia, impulsó a nuestros progenitores, después del pecado, a «ocultarse de la vista de Yahveh Dios por entre los árboles del jardín» (Gen 3, 8); este fue también el sentimiento del siervo infiel y malvado de la parábola evangélica, que escondió bajo tierra el talento recibido (cfr Mt 25, 18. 26).

Aquí se trata de algo mucho más noble y sublime: es el sentimiento sincero y trémulo que el hombre experimenta frente a la tremenda majestad de Dios, especialmente cuando reflexiona sobre las propias infidelidades y sobre el peligro de ser «encontrado falto de peso» (Dn 5, 27) en el juicio eterno, del que nadie puede escapar.


Invoquémoslo por intercesión de María que, al anuncio del mensaje celeste no se conturbó» (Lc 1, 29) y, aun trepidante por la inaudita responsabilidad que se le confiaba, supo pronunciar el fiat» de la fe, de la obediencia y del amor.


4. Súplica


Danos Señor la alegría de servirte con corazón libre y gozoso y ayúdanos a buscar siempre tu gloria, haz que te sirvamos sin temor y con alegría


5. Intención


Pidamos para que nuestra Iglesia sea siempre gozosamente fiel a Dios, que tengamos temor de ofenderlo, que busquemos siempre su gloria en la confianza y en la esperanza.


5. A modo de gozos

Oh Señor, envía tu Espíritu, que renueve la faz de la tierra.

Ven, Espíritu Divino manda tu luz desde el cielo.

Padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido;

luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo,

tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego,

gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma, divina luz y enriquécenos.

Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro;

mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento.


Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo,

lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo,

doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.


Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos;

por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito;

salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén.


6. Oración final


Espíritu Santo Paráclito, perfecciona en nosotros la obra iniciada por Jesús; Haz fuerte y continua la plegaria que elevamos en nombre del mundo entero. Acelera para cada uno de nosotros los tiempos de una profunda vida interior.


Da impulso a nuestro apostolado, que quiere llegar a todos los hombres y a todos los pueblos, todos redimidos por la sangre de Cristo y todos herencia suya. Mortifica en nosotros la natural presunción y levántanos a las regiones de la santa humildad, del verdadero temor de Dios, del ánimo generoso. Que ninguna atadura terrena nos impida hacer honor a nuestra vocación. Que ningún interés, por negligencia nuestra, mortifique las exigencias de la justicia.

Que ningún cálculo reduzca los espacios inmensos de la caridad a la estrechez de los pequeños egoísmos. Que todo sea grande en nosotros: la búsqueda y el culto de la verdad, la prontitud por el sacrificio hasta la cruz y la muerte.

Que todo, finalmente, corresponda a la última plegaria del Hijo al Padre celestial, y a esa efusión que, de Ti, Santo Espíritu de Amor, quisieron el Padre y el Hijo sobre la Iglesia y sus instituciones, sobre cada una de las almas y sobre los pueblos. Amén.

Oración de san Juan XXIII al Espíritu Santo

+ En el nombre del padre...


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